viernes, 2 de noviembre de 2012

Se me abrieron las heridas al volver a verte.

Sentí como toda la muralla que me había estado construyendo estos meses se desmoronaba. Pude ver cómo no podía hacer nada para evitar que se resquebrajase cuando me sonreías. Me sentía pequeña, me sentía haciendo el justamente el proceso contrario al que hace el Ave Fénix: estaba hundiéndome en las cenizas de aquel amor que había dejado de arder. O eso creía yo. Pude darme cuenta como en mi interior no se había apagado, me descubrí buscándote entre la gente, despertándome todas las mañanas mirando el móvil esperando ver algún mensaje tuyo y acostándome resistiéndome a dormirme esperando el mensaje. Me llegué a pillar deseando que me hablases y rompieses toda esa asquerosa rutina que me envolvía, que me consumía día y a día y que sin darme cuenta, me estaba asfixiando. Le pegaste un chute de éxtasis a mis latidos cada vez que te vi mirándome en la lejanía cuando creías que no te miraba. Todo aquello que creía que me daba igual volvía a importarme. Volvía a importarme que me sonrieses las pocas veces que nos cruzásemos, o que me ignorases otras tantas. Empezaba a darme cuenta de que la primera vez que se ama, se ama para siempre.




No hay comentarios:

Publicar un comentario