miércoles, 9 de octubre de 2013

24 de diciembre

Hola, James. Te escribo desde Luxemburgo en esta noche lluviosa. Veinticuatro de diciembre. Nochebuena. ¿Recuerdas lo gozosas que solían ser nuestras Nochebuenas juntos? Ahora todo es muy diferente. Tú seguramente estarás con tu mujer y tus hijos: las personas que te quieren. Supongo que estarás al amparo de una gran chimenea de leña, cantando villancicos o vete tú a saber qué. En cambio, yo estoy aquí, sentada en una fría silla de escritorio de alguna mugrienta pensión de Luxemburgo oyendo repiquetear la lluvia en la ventana. Hace mucho frío. Recuerdo cuando las noches como ésta eran cálidas y a tu lado, frente a un acogedor fuego de invierno. 

Sin embargo, todo ha cambiado. Tu vida sigue, mientras yo sigo aquí estancada en estas cartas que no leerás. Fuera hace una noche fría. Fría como el café que contiene la taza que sostengo entre mis manos mientras pienso cómo continuar esta carta que quizá lo único que vea sea el fondo de mi cajón. Fría como mi corazón. Es tanto mi dolor al hallarme aquí sola en esta noche que parece que hasta las nubes sienten el desgarro en mi interior y lloran conmigo. Quizá quieren ser condescendientes y mostrarme que no estoy tan sola, que ellas también sienten mi tristeza, que me quitan un poco de peso de los hombros al repiquetear en el cristal. O quizá que estoy tan destrozada que hasta algo tan grandioso y lejano como las nubes siente pena por mí. Pero, ¿qué más dan las razones? El caso es que lo hacen. Me acompañan en esta amarga noche, en la cual lo que más extraño es ese azúcar que endulzaba todas mis noches en vela, a base de caricias y susurros alentadores.

Pero, oh, James, ya nada queda de esa dulzura. ahora todas las noches son lluviosas para mí, todas las noches hay una devastadora tormenta en mi interior. ¿Y si una noche esa tormenta arrasase con todo y me llevase con ella? ¿Te enterarías? ¿Leerías entonces estas cartas que con tanto afán escondo, James? ¿Qué ocurriría? Tú solías tener respuesta para todas mis preguntas aquellas noches. Pero de repente, algo cambió mis preguntas. Tú dejaste de tener mis respuestas. Incluso comenzamos a hablar un idioma diferente, James. Nunca nos entendíamos, éramos como extranjeros que no se entendían. Y nos quebramos. Y te fuiste, desapareciste y ya nunca más volvimos a contemplar el fuego de la chimenea juntos. Nunca. Y mientras, yo continuaba alentando ese fuego con estas cartas desconocidas, para que si algún volvías, te encontrases el hogar caliente, acogedor. No obstante, en esta noche lluviosa me asalta una nueva pregunta sin respuesta. ¿Qué pasaría si me dejase llevar por la tormenta? No lo sé, James. ¿Lo sabes tú? Quizá. ¿Y qué? No estás aquí para contestarme y yo ya me he cansado de no tener respuesta a mis preguntas. Es por eso que he decidido comprobarlo por mí misma. 

Hasta siempre, James.